La nueva vida que la venezolana Marcelis había planeado para sus dos hijas se vio truncada el 20 de enero de 2025.
Ese día, Donald Trump fue investido como presidente de Estados Unidos para un segundo mandato y una de sus primeras acciones fue cancelar las citas de los solicitantes de asilo en Estados Unidos por medio de la aplicación CBP ONE. La de Marcelis fue una de ellas.
La familia ya había comprado los boletos de avión para viajar a Sonora el 2 de febrero y acudir a su cita de solicitud de asilo, pero tras la cancelación no les queda más que esperar en el campamento migrante de la colonia Vallejo, en Ciudad de México.
“¿Por qué traje a mis hijas a pasar todo esto?”, lamenta Marcelis en la sala del hogar que ha construido con frazadas y pedazos de madera triplay. En la esquina hay tres maletas aún llenas, que compraron para su viaje a la frontera.
La venezolana cuenta que su cita fue aprobada el 14 de enero, tan sólo seis días antes de que Trump rindiera protesta como presidente. Enseguida, compraron su pasaje junto con otra familia con la que viajaban.
“Teníamos la incertidumbre de lo que pudiera pasar con el cambio de gobierno, pero en su momento yo pensaba: ‘No puede ser que la suspendan, si están haciendo el cambio y ya dieron más citas, no creo que se metan con esas citas porque ya las aprobaron’… ¿Pero qué te puedo decir de aquí para delante?”.
“Me daba miedo que se robaran a mis niñas”
La venezolana salió de su país en 2019. A su esposo, un militar del régimen de Nicolás Maduro, le sembraron armamento para fincarle delitos y arrestarlo después de que se negó a seguir órdenes, acusa.
Evadieron a las autoridades de Venezuela a lo largo de la frontera para poder cruzar hacia Colombia, estuvieron una semana en la selva del Darién y atravesaron toda Centroamérica hasta llegar a México.
“Ahí empezó la odisea de nosotros, desde esa frontera hasta aquí, al llegar a Ciudad de México, duramos dos meses”, comparte. Recuerda que una vez los detuvieron agentes migratorios y tuvieron que volver a Chiapas. “Es fuerte recordar todo eso, uno se quebranta”.
El trayecto entre México y Guatemala lo vivió con mucho estrés y preocupación, pues llevaba a sus dos niñas de 4 y 13 años, y temía que alguien se las robara.
“Me daba miedo que [sabía que] se robaban a los niños, tanto para tráfico de órganos como para prostitución”, dice. “Dormimos muchos días en la calle, pero sin poder dormir realmente, porque tenías que estar pendiente de todo”.
A una hora de llegar a Ciudad de México, nuevamente fueron detenidos por agentes del Instituto Nacional de Migración (INM), pero a uno de ellos le pidieron que les dejara llegar a la capital y el agente “tuvo compasión”.
El día que cancelaron la cita de Marcelis, migrante venezolana
Eran las 10 de la mañana, recuerda.
Marcelis estaba leyendo en su celular mensajes de diversos grupos de migrantes donde aseguraban que la aplicación de CBP One ya no funcionaba, y para la 1 de la tarde ya tenía en su correo electrónico la cancelación oficial de su cita.
“Quedas en una incertidumbre, porque todo lo que has pasado, los 7, casi 8 meses aquí en Ciudad de México, te quedas sin nada”, expone. “Yo no tengo nada en contra de cada presidente, de que ponga las leyes o dictamine cómo marcha su país, pero no todos los migrantes somos delincuentes”.
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