«No tengo armas, sólo traigo mi fe», exhibió este sábado una jovencita, subida sobre un pivote de piedra, para que se la viera más en la concentración opositora en la Avenida de las Mercedes en Caracas. Tan delgada, tan joven y tan inocente como los cientos y cientos de detenidos repartidos hoy entre calabozos y cárceles venezolanas.
«No somos terroristas, somos gentes de paz», «Echaremos el miedo a la espalda y ganará la libertad», «No queremos más baño de sangre», «Hasta el final, yo soy Venezuela» y muchas otras pancartas acompañaron al gentío por todo el país que ayer desafío a Nicolás Maduro pese al virtual estado de sitio y terror aplicado por el chavismo para aplacar las protestas provocadas por el megafraude electoral del 28J, el mayor en la Historia en América Latina.
No sólo en Caracas, también en el resto de la geografía nacional, los venezolanos querían celebrar su victoria electoral. Es verdad que la revolución consiguió atemorizar a muchos de ellos tras decretar Maduro el cerco a la capital con la excusa de un presunto autoatentado con granadas que prepararían opositores contra sí mismos, un clásico de la literatura chavista. Pero si algo define a este movimiento de liberación nacional es su valentía.
Desde que el «guerrero del amor» saliera en televisión en la noche, frente a un grupo de periodistas amigos, los agentes revolucionarios se desplegaban por la zona de la protesta. Los drones volaron hasta muy tarde y los enjambres de motorizados aterrizaron con sus paseos como nuevos escuadrones de la muerte. El chavismo se empleó a fondo, incluso hizo circular la anulación de la marcha con la forja de un comunicado falso. Las fake news son una especialidad de la casa, incluso expertos occidentales han comprobado que los revolucionarios cuentan con la ayuda cibernética desde Rusia e incluso Irán.
Y pese a las amenazas y al asalto a su sede política, María Corina Machado se puso al frente de los manifestantes, siempre en tándem con el gran ganador de las elecciones, el diplomático Edmundo González Urrutia, al grito de «Ganó Venezuela».
«Después de seis días de brutal represión, creyeron que nos iban a callar, a parar o atemorizar… Miren la respuesta. La presencia de cada ciudadano en las calles demuestra la magnitud de la fuerza cívica que tenemos y la determinación de llegar hasta el final», ponderó Machado tras pulverizar el cerco gubernamental de Caracas con una concentración para la Historia.
«Estamos viviendo las horas más importantes, todos sabíamos que este proceso es muy complejo, todos sabíamos los escenarios planteados. Esta lucha es cívica y pacífica, pero no es débil. ¡No vamos a dejar las calles, no vamos a dejar de protestar», se dirigió la la jefa opositora a cada venezolano que no se rindió, «los héroes de nuestra victoria».
El megafraude del 28J provocó que miles de venezolanos salieran a la calles el lunes y el martes, un total de 300 manifestaciones ciudadanas en 20 de los 21 estados del país. De ella, más de la tercera parte, 115, fueron reprimidas, según el Observatorio Venezolano de la Conflictividad Social.
La represión salvaje encabezada por los paramilitares, que dispararon contra grupos de manifestantes, y la brutalidad de la Guardia Nacional Bolivariana y de distintas policías provocaron la muerte de 20 jóvenes de las zonas populares del país. Siete de ellos cayeron en Caracas. Los agentes del régimen comenzaron desde el primer momento a realizar detenciones a mansalva, arbitrarias y sin órdenes judiciales de por medio.
«No hay maniobra jurídica que pueda tapar la verdad», respondió la líder opositora. Según la actas electorales recogidas por la oposición a través de sus testigos en las mesas y de los resultados que llegaban a la sala de totalización del Consejo Nacional Electoral (CNE), el candidato de la oposición democrática barrió a Nicolas Maduro en las urnas, 68% contra 30% y cuatro millones de ventaja. Unas cifras superiores incluso a las alcanzadas por Hugo Chávez en su mejor momento histórico.
Para la recopilación de las actas oficiales también colaboraron algunos militares del Plan República y los operarios de la candidatura de Enrique Márquez, antiguo rector del CNE apoyado por el dirigente chavista crítico Juan Barreto, en el seno del ente electoral. Márquez es el único candidato, al margen de Edmundo, que se ha atrevido a denunciar las trampas del chavismo.
En cambio, al día de hoy el gobierno sólo ha presentado un resultado forjado en Excel, que le proporciona a Maduro una «victoria» por un millón de votos, sin ningún respaldo de la votación ni por mesas ni por colegios. El «hijo de Chávez» solicitó un pintoresco recurso de amparo ante el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), que llamó a los candidatos (Edmundo no acudió) y reclamó posteriormente esos mismos resultados.
La estrategia de Maduro es que el fraude electoral se enrede en el laberinto de su Tribunal Supremo mientras él da largas a los presidentes Lula da Silva (Brasil), Andrés Manuel López Obrador (México) y Gustavo Petro (Colombia). Los cuatro mantendrán el lunes una reunión por videoconferencia.
En el resto del país, ciudadanos en Cumaná y Cagua volvieron a sufrir el famoso «gas del bueno», como Hugo Chávez bautizó a las bombas lacrimógenas que lanzaba contra los estudiantes. También se denunciaron detenciones selectivas, como la sufrida por el periodista José Gregorio Camero, bajado a la fuerza de un vehículo junto a la protesta en Valle de la Pascua.
En San Cristóbal del Táchira las calles se volvieron a desbordar y muchos miles más se juntaron en Maracaibo, Valencia y en otras grandes ciudades del país.
En paralelo, el chavismo contraprogramaba en Caracas con su habitual logística y seguidores acarreados con dinero público. Tan poca gente en comparación con lo que sucedía en el resto de Venezuela, pese a contar con todas las ventajas, que Diosdado Cabello, número dos de la revolución, se vio obligado a anunciar la emisión de un capítulo especial de Con el Mazo dando, programa televisivo que le sirve para perseguir y hostigar a disidentes y opositores. Una forma de levantar el ánimo de sus pocos seguidores.